Orquesta Sinfónica de Navarra

Gil Shaham y Adele Anthony, violines solistas. Oliver Díaz, dirección. Obras de Guridi, Sarasate, Fauré, Falla y Glinka. Homenaje del ciclo del Baluarte a Sarasate en el 180 aniversario de su nacimiento. Sala principal. 19 de abril de 2024. Buena entrada, tres cuartos (de 21 a 45 euros).

El concierto del ciclo del Baluarte, con la orquesta titular, Gil Shaham y Adele Anthony, nos puso a todo de acuerdo: habíamos asistido a un acontecimiento musical: por el sonido de los Stradivarius de ambos solistas, por la música de Sarasate, que, por razones obvias de dificultad no se prodiga mucho; y, más concretamente, por la inconmensurable versión de la “Fantasía de Carmen” que hizo Gil Shaham. El descubrimiento de Adele Anthony ( esposa de Shaham) que, también, defendió muy bien al músico pamplonés; y la Sinfónica de Navarra, que se esmeró sobremanera en el acompañamiento, y toco siempre con rasmia las obras para orquesta, fueron, también, dos bazas fundamentales del gran éxito final.

Sobre el papel, el programa se presentaba fragmentado y disperso; y, sobre todo, tacaño con la estrella de la velada (cinco minutos en la primera parte). Pero a la postre, el resultado fue interesante: por la programación de algunas obras que casi nunca se escuchan en directo (la famosa Jota aragonesa de Glinka); y grandioso: por las endiabladas partituras de Sarasate interpretada con una pureza, exactitud técnica, y fraseo musical como, creo, que nunca las habíamos escuchado.

Comenzó la velada con las siempre bien recibidas “Melodías vascas” de Guridi. Oliver Díaz contrastó los distintos ambientes de las diez piezas, y escuchamos un estupendo solo de viola, además del trío y la labor de la concertino. Shaham se estrenó con un precioso fraseo de la “Romanza andaluza” de Sarasate. Ya desde estas primeras notas se apreció el delicadísimo sonido que iba a tener toda la tarde; eso sí, al principio nos pareció un poco corto de volumen; quizás hasta que se hizo con la acústica. En la Pavana de Fauré, el titular de la velada, siguió con la atmósfera delicada: mención para la flauta. Adele Anthony hizo un Sarasate poco conocido: “El canto del ruiseñor”, una obra que alza el vuelo con una escala ascendente en la que la violinista australiana estadounidense lució una limpieza de sonido y afinación admirables, y claridad y perfecta definición de voces al pisar las dobles cuerdas. La “Introducción y Tarantela”, también fue espléndida.

De la suite del Sombrero de tres picos de Falla me quedo con los graves de cuerda y fagot, aunque no sé si era el día de programarlo. Escuchar en directo la Jota Aragonesa de Glinka, revela su complejidad más allá del tema de la jota. Oliver Díaz la sacó brillante, colorista, exótica, como deber ser.

Y la cumbre del concierto estuvo sin duda, en la Fantasía de Cármen. Gil Shaham sirvió unos sonidos en la cima más aguda de la cuerda, francamente admirables, por la afinación en tan extrema postura, y por la belleza de la regulación y los matices en “piano” en las respuestas de los temas. Por otra parte, no se acomodó a ralentizar el tempo para solventar el virtuosismo. Dio todas las notas, todas en su sitio, y al mismo ritmo frenético –al final– que pide Sarasate. La orquesta, esmeradísima en el acompañamiento, no eclipsó nunca el hermoso sonido del Stradivarius. Esperábamos –quizás– el “Zapateado” de propina, pero optaron por “Navarra”, para dos violines, así se lucieron marido y mujer, francamente compenetrados. Fue la apoteosis.

Y, por cierto, excelentes las notas al programa de María Nagore, capaz de aunar un programa tan variopinto con el tema de la danza de fondo.