La desinformación es la construcción de un relato creado de manera malintencionada, en base a información falsa con el único objetivo de manipular y engañar a la opinión pública, por intereses, casi siempre, políticos y económicos.

Que el señor Aznar protagonizara el momento ético más bajo de nuestra democracia mintiendo sobre la autoría del 11-M en víspera electoral es el más triste de los ejemplos de bulos y de intento de manipulación hacia todo un país.

No sé si alguien se podría poner en los zapatos de Begoña Gómez y aguantar la máquina del fango de la desinformación a todo trapo, con acusaciones deshumanizadas que solo el tiempo, con el daño ya hecho, aclarará.

Desinformación es afirmar que este gobierno quiere expulsar a la Guardia Civil de Navarra por haber acordado la competencia de tráfico, porque eso es mentir de manera deliberada y malintencionada para sembrar un relato de odio, enfrentamiento y polarización.

Acusar sin pruebas y de manera continua al Gobierno de Navarra de cometer ilegalidades con el ánimo de hacer creer a la ciudadanía que el gobierno poco menos que es corrupto es otro muy buen ejemplo de bulos.

La desinformación puede tener muchas caras, pero la más peligrosa es la que tiene una finalidad política, con ataques para erosionar gobiernos, instituciones democráticas, y cuestionar, por encima de todo, los valores democráticos. En definitiva, crear un magma de desconfianza en el que la ciudadanía perciba que todas las opciones son igual de malas, todos los políticos son iguales, y alejar a la ciudadanía de la política, es decir, de la democracia.

Es extremadamente preocupante la degeneración del discurso público, que intenta provocar todo tipo de extremismo, intolerancia, polarización y crispación social. Es muy preocupante que los titulares de un mandato elegidos democráticamente sean insultados, amenazados, violentados y atacados de manera inadmisible cuando desempeñan sus funciones, por el simple hecho de representar una institución. Ejemplos recientes los tenemos en Navarra, con insultos, ataques a la presidenta, o el intento de asalto al Parlamento.

Pero nada es casual. La desinformación va de la mano del populismo de la ultraderecha, que arrastra al resto de derechas en esa absurda y peligrosa competición por ver quién degrada más la política, constituyendo un auténtico reto para la democracia a todos los niveles. Que los bulos, el exabrupto y el insulto pierdan la vergüenza convirtiéndose en costumbre, sólo abochorna a la ciudadanía y crea desafección política.

Esto, sin duda, exige que los partidos, como garantes de la participación democrática, se abstengan de lo que viene siendo habitual: expresiones de incitación al odio, mentiras, y desinformación como un claro y desesperado intento de obtener rédito político.

La sociedad navarra no merece las consecuencias de enfrentamiento y polarización por la estrategia de determinados grupos políticos. Porque quienes defendemos una sociedad plenamente democrática, donde el respeto y la convivencia entre diferentes son valores básicos, no debiéramos permitir ese peligroso discurso contaminado.

Y es que los bulos constituyen un verdadero riesgo, capaz de amenazar a las sociedades e instituciones democráticas a todos los niveles, y con un gran poder destructivo. Podría citar el caso pizzagate contra Hilary Clinton y que se saldó con la victoria de Trump, o la campaña del Brexit, basada en mentiras flagrantes sobre lo que suponía al Reino Unido su pertenencia a la UE.

De hecho, la desinformación es una de las mayores preocupaciones a nivel europeo, siendo una de las mayores amenazas para las democracias y libertades. La UE alerta que la combinación del uso masivo, la falta de responsabilidad y el anonimato en las plataformas sociales y determinados medios sobre todo digitales, que sin rigor ni ética periodística se hacen eco de bulos amparados en una más que cuestionable “libertad de expresión”, hace que en muchas ocasiones no sea fiable la información que se nos transmite.

La Constitución española nos dice que la ciudadanía necesita de una información veraz, porque las democracias se deben cimentar en lo verdadero, igual que las dictaduras se cimentan en lo falso. El catedrático López Garrido mantiene que la democracia y las libertades se nutren de la política, mientras el despotismo y el fascismo se fundamenta en la antipolítica. Y tiene razón. No es casualidad que nos adviertan que gente joven empieza a ver los regímenes dictatoriales como algo socialmente aceptable. Algo que nos debiera hacer estar en alerta y reflexionar profundamente.

Debemos ser una sociedad más formada contra la mentira. Una sociedad que se lo piense dos veces antes de creerse y compartir algo que ha recibido en su teléfono, que ha leído en las redes sociales, o en un pseudomedio digital. Ser capaces de distinguir a quién creer, y tener un sentido crítico que nos prevenga ante estas posibles manipulaciones.

Siempre han existido las fake news, pero hoy son una auténtica amenaza de especial gravedad en tanto en cuando pretende minar el sistema convivencial democrático, la libertad y la pluralidad de la sociedad, así como la confianza en las instituciones.

La autora es parlamentaria foral del PSN-PSOE de la Comisión de Presidencia e Igualdad