No deja de ser paradójico que al sindicato Manos Limpias le guste tanto sumergirse en el fango. La última de sus denuncias contra Begoña Gómez ha provocado que Pedro Sánchez haya tirado la toalla (el lunes sabremos si definitivamente). Algunos dicen que es una estrategia y que a la política se viene llorado, no lo sé; pero lo cierto es que el nivel de corrosión de nuestras instituciones no tiene parangón. No me extraña que aumente la abstención entre el electorado, sólo se oyen rebuznos e insultos en el Parlamento. ¿Para eso les pagamos? Si yo fuese Pedro Sánchez no dimitiría y haría oídos sordos a los insultos como hacen los árbitros.

Yo a lo mío. Dice el refrán: “no hay peor desprecio que no hacer aprecio”, pasaría mi legislatura sin contestar a la oposición de Feijóo y Abascal. Que hablen en español, catalán, euskera, valenciano o gallego, pero si sus señorías quieren expresarse en el idioma rebuznil, entonces ni caso. Y no perdería más el tiempo leyendo en las redes calumnias de unos pobres personajillos acomplejados. 

Sólo hay dos tipos de políticos: los machos alfa y los palmeros. Los primeros van pisando cabezas sin ningún pudor hasta llegar a la cima. Los segundos son los fervientes aduladores, pero a la mínima te dan la puñalada trapera. Ambos tipos se manejan bien en el fango con ayuda de la amnesia ciudadana. En sus proclamas alimentan los miedos, y con el miedo renacen los fascismos. Fango: en él habitan serpientes y reptiles que sacan su lengua bífida a pasear.