Hace 80 años, en 1944, Andrés Abarzuza y su hijo Víctor abrieron una librería en la bajada de Carnicerías, una estrecha calleja que bajaba desde la casa consistorial hasta el mercado de Santo Domingo, un lugar “animado, abigarrado y colorista” como describe J.J. Arazuri. En 1952 trasladaron la tienda a la Calle Nueva y es ahí donde Martzela, hija de Víctor y de Ceferina Fontellas comenzó a vender libros. Y después siguió vendiendo y vendiendo primero en Xalem, al lado de los cines Golem, luego en Xalbador, lo que es ahora Elkar-Comedias y más tarde en la librería Abarzuza de la cuesta de Santo Domingo, tienda que abrió con Rafa, su marido, hace ya treinta años. Ahora les ha llegado el momento de su jubilación y, lamentablemente, no han encontrado a nadie que quiera dar continuidad al negocio. Una auténtica pena porque con ella se va una librería especializada en tema local que, además, siempre ha tratado con un cariño especial todo lo que se publica en euskera. Cierra la puerta esa pequeña librería en la que hasta hace unos pocos años veíamos a Ceferina, siempre sonriente, sentada detrás del mostrador, puesto ha heredado su hija Martzela igual de adorable, igual de alegre.

¿Y dónde dejarán ahora los corredores del encierro sus carteras, los móviles y las llaves de casa para guardar? Porque son muchos los que tienen esta costumbre desde que un año el padre del montañero Iñaki Ochoa de Olza, que corría en Santo Domingo, les pidió si por favor le podían guardar las gafas.

El martes fue el último Día del Libro de Martzela como librera y ya sé que está recibiendo tantos abrazos que la estamos desgastando entre todos, pero es la manera que tenemos de decirle ESKERRIK ASKO!