Si hay una persona que siente más que el resto el alirón del Subiza y ascenso –cabe recalcar que el conjunto de Sotoburu se encuentra a expensas de que Osasuna Promesas logre la permanencia en Primera RFEF para certificar el ascenso a Segunda RFEF por su condición de filial–, esa es Íñigo Monreal, único futbolista que juega en el equipo de su pueblo, que apenas cuenta con 200 habitantes.

“Es lo más. No puedo explicarlo. Vine aquí a jugar, no para acabar de jugar a fútbol, sino para jugar en el equipo del pueblo, y conseguir esto con el equipo del pueblo es... es el día más feliz de mi vida”, reconocía uno de los protagonistas, que dejó el equipo de División de Honor de Oberena para recalar en el equipo de Primera Regional. Su suerte cambió cuando, en la pretemporada hace dos temporadas su rendimiento gustó a César Monasterio, que empezó a contar con sus servicios. “Después de un par de años, esto sabe a gloria, para los que llevamos dos años, que sufrimos con El Palo. Esto es algo único y ahora tenemos que disfrutarlo”, aseguraba.

Aguinaga se quita la espina

Otro de los nombres propios del Subiza es el de su capitán, Pablo Aguinaga. El centrocampista es el único miembro que queda del primer equipo de hace tres temporadas, cuando llegó a Sotoburu de la mano del cuerpo técnico.

Él ha vivido en primera persona las dos eliminaciones en play off y ahora ha capitaneado al equipo hasta el título liguero. “Este año hemos tenido más regularidad que otros años, pero en las ultimas jornadas la habíamos liado un poco”, reconocía el jugador, sobre los tres partidos anteriores a este que dieron alas a su rival, el Ardoi, que recortó ocho puntos y afrontó el partido como “una final. Había que ganar, así lo hemos afrontado, o, sino, empatar. Pero hemos venido a ganar y eso hemos hecho”.

Analizando el partido, Aguinaga reconocía que “la roja lo cambia todo. Estábamos ganando 0-1, y el quedarnos con un jugador más nos daba esa confianza que necesitábamos para afrontar este partido”, por lo que, una vez finalizado el partido, con el título bajo el brazo, el capitán se sinceraba al admitir que se había quitado “un peso de encima” al poder lograr, por fin, el ansiado ascenso.