El 28 de mayo de 2016, Alfredo Sanzol (Pamplona, 1972) pronunció en Olite la laudatio de Ignacio Aranguren, el maestro del IES Navarro Villoslada que le inoculó el veneno del teatro y Premio Príncipe de Viana de la Cultura de aquel año. El pasado viernes, el Gobierno de Navarra decidió conceder este reconocimiento al alumno, muy aventajado, poseedor de casi una decena de Premios Max y director, desde 2019, del Centro Dramático Nacional (CDN). Coincidió que, cuando se falló el premio, Sanzol estaba a unos metros de la sala de prensa del Ejecutivo, concretamente en el Gayarre dirigiendo un ensayo de su adaptación de La casa de Bernarda Alba, que acaba de ofrecer dos funciones en el teatro pamplonés. De la absoluta vigencia de Lorca, de la necesidad de seguir luchando por la igualdad también desde el ámbito artístico y de sus planes al frente del CDN habló con este periódico el dramaturgo navarro un par de horas antes de conocer la noticia.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Navarra y en dirección de escena por la RESAD, el pamplonés siempre da importancia a lo local en sus propuestas. Y a lo familiar, tal y como plasmó en obras como La valentía, La calma mágica o El bar que se tragó a todos los españoles, entre otras.

La última obra suya que trajo al Gayarre fue ‘El bar que se tragó a todos los españoles’. Ahora ha regresado con su adaptación de ‘La casa de Bernarda Alba’, un clásico español del siglo XX. ¿Cómo suele elegir los montajes que quiere dirigir?

Pues muy buena pregunta. Hay una parte que es un poco racional, que tiene que ver con cómo vas pensando qué tema o qué espectáculo podría estar bien hacer ahora. Esa fase ya es un primer filtro relacionado con textos a los que les tienes un especial cariño o con temas sobre los que quieres escribir. Y luego hay una parte muy emocional, muy afectiva que hace que esa idea que has tenido de manera racional se vaya quedando contigo. Porque puede pasar que tomes la decisión de hacer algo, pero que luego ese concepto no permanezca alojado en ningún lado. En el caso de la Bernarda Alba, por ejemplo, lo primero que pensé es que no quería meterme en el dolor de esas mujeres y de esa casa...

¿Y qué pasó?

Tuve ese primer momento racional, pero no se me iba la idea de la cabeza, así que empecé a pensar ‘¿de qué manera me afecta esto a mí?’ En ese punto es cuando empiezas a entrar realmente en la historia que quieres contar. Al final, tomé la decisión sobre todo por una cuestión de emoción, de imaginación, de sentimiento; intuyes que hay un problema que tienes que conocer y un problema que resolver.

“Para que la responsabilidad no me paralice, cuando adapto textos de otros, y más en un caso como 'La casa de Bernarda Alba', imagino que son míos”

¿Cuál es el problema en este caso?

Creo que el problema tiene que ver con la lucha que hay dentro de la función entre la violencia de una sociedad, la violencia que es muerte, y los impulsos vitales del ser humano; la fertilidad, lo creativo. Esta es una obra en la que la vida y la muerte están ahí, como en las buenas tragedias, encarnadas en diferentes personajes.

Es la primera vez que monta Lorca.

Sí, y me llama la atención que llame la atención, pero así también me doy cuenta de que consideramos a Lorca como parte esencial de nuestro teatro. Y sí, ha llegado el momento, aunque tengo que decir que Lorca me ha acompañado mucho como autor y ha sido una referencia para mí desde muy chaval. Además, siempre he admirado La casa de Bernarda Alba por muchas cuestiones, pero sobre todo por la belleza de la construcción, de la dramaturgia y de los personajes. 

Como director, ¿trabaja de manera diferente cuando el texto es suyo que cuando es de otro, y, en este caso además, de uno de los grandes?

Hago un juego de imaginación. Cuando tienes un texto que es de otro, y además es La casa de Bernarda Alba, que es un pilar de la cultura española, te puede entrar una responsabilidad que te paralice y, si te paras a pensarlo, decides no meterte en ese jardín. Por eso tienes que saltarte esa responsabilidad. Yo lo hago imaginando que esos textos los he escrito yo.

¿Y si el texto es suyo?

En la escritura hay mucho de inconsciente; a veces escribo algo y no sé muy bien qué es, así que hago lo contrario, me imagino que ese texto lo ha escrito otro y entonces puedo leer con otra distancia y con una mirada más crítica. Cuando la obra no es mía, hago un acto de acercamiento y, cuando es mía, me alejo.

¿Y por qué ‘La casa de Bernarda Alba’? 

Hay un elemento personal que fue fundamental en esta decisión. Mi madre tiene 85 años, nació en 1939, justo 3 años después de que se escribiera la obra, así que podría ser hija de cualquiera de las hijas de Bernardo. Ahí está mi conexión, en que yo podría ser nieto de una de ellas, de manera que, en realidad, esas mujeres también me han pasado su educación, su manera de pensar, todo. En una conversación con mi madre sobre esta historia, salieron muchos temas. Me di cuenta de cómo asuntos que nos preocupan sobre la violencia machista y de cómo la sexualidad, en particular la femenina, afectan luego al resto de cuestiones sociales y personales y también se convierte en un medidor de educación, de clase, de cuestiones económicas... Esa conversación fue muy importante. 

¿En qué sentido?

Además de darme cuenta de la vigencia de la obra, me sentí muy vinculado a ella. De pronto, la distancia con esas mujeres de 1936 se acortó porque las vi como mis abuelas jóvenes. Lo impresionante fue ya durante los castings. Empecé a trabajar con actrices de 25 y 27 años que se apropiaban del texto y lo sentían muy vivo. Ahí también entiendes cómo la memoria del cuerpo juega un rol muy importante, la memoria inconsciente. Pero cuando la sensación de actualidad de esta historia ha sido muchísimo más clara es con la recepción del público. Entonces sabes que sí, que había que hacerla.

“Todavía tenemos que luchar mucho para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres”

Hace unos días, hablando con Patricia López Arnaiz, que interpreta a Angustias, le comenta que, a veces, las mujeres somos nuestras peores aliadas, en muchas ocasiones porque algunas han recibido una educación muy restrictiva durante generaciones y generaciones y también han sido víctimas. 

Sí, sí. Ese es un tema que salió enseguida con Ana Wagener. Desde el principio pensamos que Bernarda es una mujer como el resto de las mujeres, por lo tanto, la probabilidad de que haya sufrido violencia es la misma. Toda la estructura de la función está ligada al hecho de que Bernarda asume la herencia patriarcal de su padre y de su abuelo, a través de la casa. Y la obra tiene un momento determinante, que es cuando Bernarda se habla a sí misma en segunda persona, como si tuviese una voz que le está dando órdenes. Además, y esto viene directamente de algo que me dijo mi madre, destacamos mucho cómo estas mujeres querían lo mejor para sus hijas, pero no sabían cómo hacerlo.

Pues lo hace de una manera brutal.

Sí, pero te pones a ver la función y, efectivamente, te das cuenta de que lo que está haciendo es luchar a su manera para cumplir con los requisitos que esa sociedad impone. Lo que pasa es que lo hace de una manera desmesurada, totalmente autoritaria, pero siguiendo unos patrones que son externos a ella. Y hay otro tema también de la función, que es la falta de sororidad.

¿Las hermanas se portan así por la educación recibida?

Seguramente sí. Quería resaltar este tema. Lorca es muy contemporáneo y este es uno de los temas que en los ensayos hemos trabajado con la escenógrafa, Blanca Añón, y con la diseñadora de vestuario, Vanessa Actif. A ellas les llamaba mucho la atención la falta de sororidad, y eso es algo muy actual, porque una situación de violencia machista duele más cuando no hay sororidad. Todo lo que sucede en el escenario está consensuado con ellas y con las actrices.

¿Les ha dado mucho espacio para que lleguen a sus personajes?

Sí, para mí era súper importante que ellas se sintieran muy seguras como actrices y como narradoras de la historia y de las vivencias de sus personajes. En todo momento supe que no me podía fiar un pelo de mi mirada de hombre. Todos tenemos nuestro arsenal de prejuicios, de sesgos; a veces no sabes que los tienes, pero ahí están. Por eso he conversado mucho con las actrices, que también han hablado entre ellas continuamente, de tal manera que salen al escenario y saben exactamente qué están defendiendo. 

¿Todavía hay muchas Bernardas o muchas casas de Bernarda Alba?

Claro que sí. Están en todos los lados. Los datos lo cuentan, no hay más que ver los colegios, las redes sociales, la música, la moda... La Bernarda sigue mostrándonos que, en la realidad, todavía tenemos que luchar mucho para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. No es un tema que esté resuelto para nada.

A la vez parece haber muchas Adelas, mujeres que no se conforman.

Totalmente, y ahí está el futuro. Tenemos que apoyar a las Adelas, por supuesto, aunque, para que la obra no sea plana, ella también es un personaje desmesurado. Lorca construye una mujer que tiene todo el derecho a vivir como quiere, lo que pasa es que, a la vez, la descompensa.

¿Con qué intención?

Creo que con la intención de hacernos ver que una sociedad mal estructurada lo único que produce es dolor por todas partes, y que la solución no es la salvación individual, sino colectiva.

“Cuando quieres generar contenido a precio muy bajo, no das tiempo al pensamiento”

Es triste ver a las feministas peleándose, porque, al final, esa fractura solo beneficia al machismo.

No quiero meterme en este tema porque no creo que vaya a aportar algún dato esclarecedor, pero, bueno, creo que todos los grandes movimientos ideológicos que traen algo que hace falta generan distintas corrientes cuando se amplían. Y si esos conflictos se saben vertebrar de una manera constructiva, es decir, con el objetivo de ir enriqueciendo el movimiento, acaban siendo necesarios y productivos. Es decir, que no hay que asustarse del conflicto, sino hay que saber aceptarlo y manejarlo.

¿Como hombre, qué le parece la encuesta que el CIS publicó el año pasado y que decía que un 44,1% de los hombres percibe que la promoción de la igualdad les está discriminando? En el caso de los jóvenes de entre 16 y 24 años, subía al 51,8%.

Pues que tenemos un problema y hay que tomárselo muy en serio. Creo que las fuerzas ultraconservadoras están realizando un movimiento de reacción que influye en la gente joven, y esas cifras lo único que nos dicen es que hay que seguir trabajando.

¿Cómo cree que el arte en general, y el teatro en particular, debe abordar estas preocupaciones?

Haciendo lo que sabemos, que, en el caso del teatro, es poner esas fuerzas en conflicto en buenos personajes. En arquetipos que no sean planos. Es importante mostrar sus luchas internas y trabajarlos con todo su lado racional, irracional, emocional, inconsciente... El teatro es un lugar en el que vemos la realidad, pero disparada hacia los lugares del inconsciente que nos afectan de una manera esencial a la hora de tomar decisiones, de vivir, de sentir. Es ahí es donde tenemos que entrar. Tenemos que hacer que, cuando venga al teatro, el público tenga tiempo para pensar. Hay una cosa que me gusta mucho, que es pensar los pensamientos.

¿Rumia mucho?

Más que rumiar, trato de alejarme de los pensamientos y de contemplarlos desde ahí. El teatro ayuda a eso, a tomar un poco de distancia de cómo están estructuradas nuestras cabezas. 

Últimamente, en la esfera pública se echa en falta más presencia de intelectuales y menos de opinadores.

Creo que eso tiene que ver con la falta de tiempo. Es decir, cuando quieres generar mucho contenido a precio muy bajo, no das tiempo a la investigación, al pensamiento, al debate... No das tiempo al tiempo. Estoy seguro de que, cuando se van por la noche a casa, esos opinadores se dicen ‘¿pero qué he dicho? Pero, bueno, como tienen también el día siguiente...

Alfredo Sanzol tiene más tiempo ahora al frente del Centro Dramático Nacional. ¿La renovación hasta diciembre de 2027 le ha dado la tranquilidad de saber que va a poder desplegar su proyecto?

Claro. La prórroga nos da tiempo para consolidar el proyecto que hemos desarrollado estos cinco años y para poder hacer ajustes y perfeccionar los programas, desde el propio diseño de temporadas, hasta el desarrollo artístico de los creadores con los que hemos trabajado y la consolidación de las residencias dramáticas. No es que no queramos hacer nada nuevo, sino que queremos consolidar todo lo nuevo que hemos hecho.

Es de esperar que su gestión del CDN comience mejor que como tuvo que empezarla, en pandemia.

La pandemia fue un horror para todos, pero a la vez yo guardo un muy buen recuerdo de toda la solidaridad de nuestro equipo; de todas las cosas que hicimos en redes, en Internet. Hicimos un gran esfuerzo para mantener el vínculo con el público, que no podía ir al teatro. Es verdad que yo estuve enfermo y lo pasé muy mal, pero no tengo sensación de frustración o de pena. Toda la sociedad lo pasamos mal, pero saber que hicimos todo lo que supimos por superar la situación me reconforta.

¿Y va a seguir con su plan de dirigir una obra de repertorio un año y al año siguiente una suya?

Sí, para la próxima temporada estoy preparando un texto, Ensimismada, que nace dentro del proyecto Nuevos dramáticos. Y aun no sé qué haré a continuación, si será un texto mío, una versión de un clásico o un clásico directamente.

Este país atraviesa una situación política cuando menos inédita, con personajes que parecen demostrar que la realidad supera la ficción. ¿Le motiva la actualidad para escribir? 

Tengo la casa tan llena de pilas de revistas y periódicos que, un día, cuando me dé la vuelta, me van a tirar (ríe). Por ejemplo, ahora estoy repasando material del 2018. ¿Por qué? Porque en este momento, con distancia, es cuando lo ves claro. De repente te das cuenta de qué poso ha dejado. Sé que todas esas carpetas llenas de recortes son material para el futuro. Pero sí, claro que tomo notas de lo que está pasando estos días, del período de reflexión que ha anunciado el presidente por el acoso a su mujer, de lo de Manos Limpias, de lo de los jueces... Pasan una serie de cosas que afectan mucho al sentimiento de seguridad que debemos tener los ciudadanos. Es grave que la seguridad jurídica, esencial en la democracia, se esté tambaleando como ahora.