Eran las últimas horas de un verano en el que las no fiestas y los respectivos brotes de covid-19 que iban surgiendo en las distintas localidades de la Comunidad Foral copaban las noticias y las conversaciones, mientras proseguía el proceso de vacunación a la población, que a la postre fue vital para vencer al bicho. La mascarilla nos había borrado la sonrisa pero hacía que brillasen todavía más los ojos; esos órganos que nunca mienten y que se van perdiendo entre las tinieblas de la mente conforme avanza inmisericorde la enfermedad de Alzheimer, que debe su aterrador nombre al neurólogo alemán que la describió por primera vez. 

Reportaje del Alzhéimer de septiembre de 2023 Diario de Noticias

A pesar de que Adolfo fue durante tres décadas fotógrafo oficial del Parlamento de Navarra y de que una ya pinta canas, nuestros caminos no se habían cruzado nunca hasta esa tarde del 22 de septiembre de 2021 –mi compañero Patxi, en cambio, sí lo conocía–. Sin embargo, la comunicación fluyó desde el primer momento. Sentados en un banco de un parque, cercano a su casa, este vecino de Villava-Atarrabia fue desgranando su historia y la de su chica, Jone, a quien diagnosticaron alzhéimer con tan solo 54 años. Todo un mazazo. 

La conversación me atrapó. Describía con dureza y sin paliativos el “puto desastre” que supone este trastorno neurológico progresivo caracterizado por la pérdida de la memoria, de la percepción y del sentido de la orientación, pero sus palabras se tornaban dulces y cariñosas cuando se refería a su compañera de vida. 

Una de las grandezas de nuestra profesión es que te permite conocer a muchas personas, vislumbrar la gran diversidad de la naturaleza humana, y es precisamente esa parte de nuestro viejo oficio, la que muestra cómo vive un individuo un determinado acontecimiento, la que permite meternos en su piel y trasladar su testimonio al lector, la que, a mi juicio, resulta más apasionante y enriquecedora, si bien también supone una gran responsabilidad. 

No obstante, destapar tus experiencias, reconocer tus miedos y sentimientos en un momento de vulnerabilidad, como sucede cuando uno está enfermo, y ante una desconocida –como soy yo–, no tiene que ser nada sencillo. Por eso, el verdadero mérito de nuestro trabajo lo tienen las innumerables personas anónimas que a lo largo de estos 30 años han confiado en los profesionales de esta casa y nos han brindado su testimonio para ayudar a otros ciudadanos que pasan por la misma situación, así como para sensibilizar a la sociedad sobre determinados problemas y las consecuencias que estos pueden acarrear.

Aquel día me sentí una privilegiada al escuchar a Adolfo cómo narraba su experiencia, que destilaba sufrimiento pero también un profundo amor. Ya delante de la pantalla del ordenador, me emocioné hasta las lágrimas mientras escribía su historia, que sin saberlo había dejado en mí una huella. Prueba de ello es que en estos días de aniversarios y balances, revisando la pesada mochila roja que llevo al trabajo, encontré en una desvencijada carpeta de cartón con el logotipo de la Asociación de familiares de personas con alzhéimer y otras demencias de Navarra (Afan) la transcripción de nuestro encuentro, así como la última revisión que hice de este reportaje antes de publicarlo, con correcciones incluidas. 

Ahora, al releer el texto, me conmueve y lo valoro todavía más, pues conozco realmente los estragos que esta cruel enfermedad provoca en el ser humano afectado y en todo su entorno. 

Mientras anhelo el día que podamos anunciar la cura de esta patología, busco en YouTube la canción que aquel miércoles de septiembre que nos conocimos Adolfo había puesto a Jone: Curro Agujetas. Descubro que me gusta y sonrío al escuchar a Pasión Vega cantar “aunque pierda la chaveta, tú sabes bien Enriqueta que siempre he sido un señor”. Inolvidable. Gracias, a todos.