Ahí estoy, detenido por la Policía Foral, en una de esas fotos premonitorias que siempre salen a la luz el día que haces una que se vea.

En realidad, es un posado para una serie de reportajes que hicimos en los Sanfermines de 2016 sobre trabajadores en fiestas. Uno de los míos consistió en acompañar a una brigada especial contra los carteristas, como si fuera un poli más.

Antes de empezar mi turno acudí a una reunión en la comisaría de la Plaza del Castillo. Visité los calabozos y vi bolsas con decenas de móviles y carteras requisadas a una pareja de rateros, tristes y huesudos, con las ojeras del que no ha podido pegar ojo en las 72 horas de autobús hasta Pamplona.

El bolsillo interior de un carrito de la compra escondía, no sé, doscientas tarjetas SIM. Al salir, la calle estaba a reventar a la hora de los fuegos. La brigada fingía estar de fiesta para camuflarse en los bares. Hicimos seguimientos y dimos altos. Hoy lo pienso y todavía me parece de coña que me dejaran ir con ellos. Tenía 23 años. Llegué entusiasmado al periódico, flotando en esa sensación de haber estado al otro lado y volver para contarlo desde dentro, como lo veía en Callejeros cuando era adolescente y quería ser periodista.

Reportaje publicado el 12 de julio de 2016 Diario de Noticias

La foto, por cierto, es de antes de patrullar, cuando caímos en la cuenta de que iba a ser difícil ilustrar el reportaje. El pacto de veracidad con el lector permite ciertas licencias siempre que sean casi inofensivas. Así que posé de mentiras como si fuera un caco de verdad. Sí: pasé de ladrón a policía en diez minutos. Cosas del periodismo. 

En agosto cumpliré nueve años en DIARIO DE NOTICIAS. En este tiempo he podido vivir muchas vidas con la única condición de luego contarlo en el periódico.

Todo lo que te permite el periodismo

Fui rescatador en las inundaciones de San Adrián de 2021. Un paisano me dejó unas botas altas de huerta y crucé las calles anegadas montado en un 4x4 enorme de la Cruz Roja.

Saqué de la tierra las últimas pertenencias de unos fusilados en el 36 durante las excavaciones de Paco Etxeberria y Lourdes Herrasti en el alto de las Tres Cruces.

He sido limpiador de calles y alguacilillo de la plaza de toros de Pamplona, donde vi de cerca a los toreros que se santiguaban en una capilla sevillana incrustada en los cimientos de sol.

He entrevistado a diputados y ministros. He recorrido los laberínticos pasillos del Palacio de Navarra, he pisado los mármoles que trajeron de París los hermanos Yárnoz y he visto los tapices de Rubens comidos por las polillas.

He contado el último voto que le dio el escaño a Marisa de Simón en 2019. He sido confidente de Isidro, Eneko, Thelma, Mikel, Metxe, Nilufar y muchas otras víctimas de terroristas, Estados y satrapías de varios continentes. He hecho guardias en Urgencias y he entrevistado en la soledad de las habitaciones de hospital a guiris corneados en el encierro.

Podría seguir un poco más. Qué no contarían un Félix Monreal o un Kuko Encinas, que llevan más años en esto de los que tiene el propio periódico.

Todavía en la carrera pude conocer 93Metros, la productora de David Beriáin. Cuarto de carrera es exactamente ese punto en el que eres doblemente ingenuo: crees que puedes cambiar el mundo y encima hacerlo a través del periodismo. Nos dijo, en confianza, que este oficio tiene muchos días malos. “Pero luego llega uno bueno y te olvidas de todo lo anterior”.

Es cierto. Este trabajo tiene muchas servidumbres. Ahora pagan poco y encima puede que tu empresa no te suba el sueldo jamás. A cambio te ofrece cosas inalcanzables para casi cualquier otro oficio: poder asomarte a mil realidades, mil vidas que ni te imaginas, curiosear, preguntar, vivirlas un rato. Y luego volver a la redacción, al teclado, a la página en blanco, para contarlo. Ojalá podamos seguir haciéndolo en DIARIO DE NOTICIAS. Por lo menos, otros treinta años más.